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A mi me gusta preguntar. Preguntar es importante y para nada una señal de no saber, como quizás algunos piensan o sienten, igual que yo antes de llegar aquí a Santiago. Allá en Alemaña, cuando estudiaba Quimica no me atrevía a preguntar porque me daba vergüenza. Cuando llegué aquí me desmelené, pasé por una especie de adolescencia tardía y perdí gran parte de este miedo. Ahora pienso que preguntar es más que señal de no saber, todo lo contrario. Por ejemplo: voy al CGAC a escuchar a José Manuel López quien da allí todos los miércoles una clase con el tema: El origen del siglo XXI. Transformación de la imagen y del cine contemporáneos (1990-2010). Al final siempre deja un tiempo para comentarios y preguntas y por muchas ganas que tenga de transmitir preguntando que me encantan sus clases, no tengo nunca nada que aportar. Creo que es porque el conocimiento y pensamiento que expone es tan rico y completo que queda muy lejos de lo que yo sé. Por eso normalmente me quedo contenta, empachada de saber y sin preguntas. O sea que se puede decir más bien: cuanto más sé, más preguntas tengo.
El otro día hablé aquí del IChing y de que los chinos consideran que la parte más importante del proceso es formular la pregunta. En el curso de hablar en público que di el sábado pasado en Espazo NOVENTA le aconsejé a una empresaria que estructurara su discurso con preguntas, porque hacer preguntas es una de las maneras de conectar con el público. En una publicación bastante exitosa que tengo en un grupo cerrado de Facebook llamado Embarazadas Galicia, una pregunta es el punto de salida y la base del texto… y así podría seguir. Quien busca encuentra, quien pregunta tendrá respuesta.
Una manera más de encontrar respuestas a preguntas trascendentales de las que normalmente penden grandes partes de nuestras vidas son las constelaciones familiares. ¿Qué son las constelaciones familiares?
Yo me lo imagino así: de nuestros antepasados no solo heredamos la nariz, el pelo y el color de ojos sino también ciertos temas que quedaron sin resolver (acertijos como los llamo yo). Bert Hellinger, un filósofo, teólogo y pedagogo que estudió las constelaciones a fondo incluso dice que ciertos miembros de una familia reviven la vida de un familiar que o por muerte, por no ser aceptado en su familia o ser dado en adopción rompió la cadena del amor. El caso es que a una constelación se lleva una pregunta y se comprueba como se posicionan determinados miembros de la familia ante ella. Es decir que se hace una especie de teatro. Los otros actores (miembros de la familia del que pregunta) pueden ser cojines, figuras o lo que sea que se tenga a mano en el caso de una sesión individual o personas en el caso de una grupal. Lo que se siente es increíble. Quizás más impactante en el caso de una grupal cuando representas un familiar de alguien que está constelando una cuestión, porque sientes lo que sientes ese familiar (que no eres tu) o por lo menos tienes la certeza que sientes cosas que no son tuyas. Todo este teatro hace que se empiecen a mover cosas y este movimiento, consciente o inconscientemente, acabará con suerte en la resolución del problema que planteaba la pregunta.
Y por qué escribo todo esto. Pues para mencionar un dato que me pareció muy interesante. Según Bert Hellinger y su experiencia en las constelaciones familiares, problemas con el dinero nunca tenían que ver con el trabajo, sino con la confianza que uno tiene en el mundo. El trabajo va ligado a la energía del padre y la confianza obtenida a través de una buena nutrición está conectada a la de la madre.

Muchas gracias a Inma Rial que ayudó a que pudiera escribir este artículo.

…y como siempre también muchas gracias por comentar y compartir!
¡Qué tengáis un día consciente!

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